Por el reencuentro de una tradición continental

(Diario La República, 14 de marzo de 2007)


El gran filósofo alemán del siglo XIX, Hegel, decía de América que era un continente desastroso. Con instituciones endebles, vivía de una asonada en otra, no conocía la estabilidad jurídica, pero su crítica superaba los aspectos humanos: decía que hasta los animales, los tigres y los cocodrilos, eran mas débiles e insignificantes que sus similares europeos. También incluía en las críticas a los animales domésticos: las carnes del ganado vacuno, aun cuando provenía de animales europeos, producidos en América, eran insípidas, y la gente valoraba en extremo la carne europea.

Era una forma muy corriente de ver a América, que en conjunto presentaba un espectáculo desolador. Norteamérica, con una democracia mucho más radical y violenta, y América Latina con su tradicional corporativismo borbónico y sus caracteres jerárquicos y hereditarios.

El mundo evolucionó en forma algo diferente a la pronosticada por este gran filósofo, que no era precisamente un profeta. Los sentimientos democráticos crecieron con pasión y cuando el mundo estaba a un paso de caer en la barbarie nazi-fascista y en las destructivas aristocracias del Extremo Oriente, dos pueblos frenaron a la bestia, los angloamericanos y los rusos.

Fuera de los méritos y deméritos personales del actual visitante, debe tenerse presente la representación que inviste, que tiene antecedentes democráticos e igualitarios de mucha importancia.

Muchos de los que protestan por oscuras "razones ideológicas", deberían preguntarse dónde estaban ellos y sus ancestros cuando los muchachos norteamericanos estaban defendiendo instituciones de democracia e igualdad en el campo de batalla a mediados del siglo XX.

De cualquier manera, debiera darse un baño de practicidad a este intento de acercamiento.

Hay muchas inversiones americanas en Uruguay que merecen ser protegidas, y muchas inversiones uruguayas en Estados Unidos que también merecen protección y no la tienen.

Miles de trabajadores uruguayos están aportando su esfuerzo para el desarrollo norteamericano, y esa gente, merece el apoyo, en primer lugar del país al cual pertenecen: Uruguay, y de sus compatriotas. Ese solo hecho ameritaría un mayor comedimiento en el trato de las visitas internacionales. Aunque los uruguayos no estamos acostumbrados a tener un país que nos proteja, sería buena idea apoyarlos, para que reciban un trato similar al que reciben los inversionistas norteamericanos en Uruguay, es decir, dejar vivir.

El tema de los tratados comerciales debería ser tratado por separado, pero también no debe esconderse detrás de ideologías oscuras, cuando tenemos a nuestra juventud vendiendo curitas en los transportes y limpiando parabrisas en las avenidas.

No ignoramos que para muchos puede resultar inoportuno comparar empresas importantes, con inmigrantes honestos y trabajadores.

Pero si hurgamos en la historia del nacimiento de la nación norteamericana, y los ideales de los fundadores, que son comunes para todo el continente, no hay gran diferencia entre un gran inversionista y un trabajador honesto.

Quizá los norteamericanos no admitan en definitiva a los inmigrantes que hoy están allí sin legalizar, quizá sí, pero hay algo muy seguro: entienden perfectamente de qué se está hablando.

Carlos Aparicio