Mundial 2014 Brasil: mas allá del super campeonato

(julio 2014)


Para Brasil, los resultados deportivos del campeonato mundial de fútbol no fueron los esperados, sin embargo, la posición lograda por el equipo (entre los cuatro mejores) es bastante honrosa. La organización del campeonato fue impecable, a pesar de las dificultades que presentaba el país en materia de integración social y excluidos. Esta justa deportiva pone frente a frente a Brasil con el mundo, y aquí puede estar el verdadero juego y campeonato, y puede decirse que está lejos de estar resuelto.

El deporte espectáculo en general y el fútbol en particular, ocupan el lugar que deja libre el patriotismo, y ha sido ocupado por el egoísmo. En una vida que a veces parece una confrontación de todos contra todos, hay un terreno que parece que la cosas son distintas: el fútbol internacional. Aquí se ve llorar y reír juntos al campesino y el citadino, al militar y al civil, al burócrata, al burgués y al trabajador, al enfermo y al sano. Parece que la población fuera atravesada por una energía, que rescatara un elemento de espíritu público común y valioso. Es una energía que combina admirablemente el deporte y la fiesta, con la esencia del pueblo brasileño.

¿Cuál es esa esencia popular y cuales los peligros que enfrenta en el siglo XXI?


La mejor descripción del alma brasileña está en un libro breve de un austríaco: Brasil País del Futuro de Stefan Zweig escrita a principios de 1940, donde se define a Brasil como una especie totalmente nueva de civilización.

En el Brasil Zweig encontró arrojo y grandiosidad en todas las cosas nuevas, y al mismo tiempo una civilización antigua todavía conservada de modo muy feliz, gracias a la distancia de los centros culturales del momento.

Brasil por su estructura etnológica y lingüística (todavía hoy se hablan mas de 200 lenguas en el país), si hubiese aceptado el delirio europeo de nacionalidad y de razas sería (según Zweig) el país mas desunido, menos pacífico e mas intranquilo del mundo.

Aquí viven los descendientes de los portugueses que colonizaron el Brasil. Aquí vive la descendencia aborigen de quienes habitan el interior del país desde tiempos inmemoriales, aquí viven millones de descendientes de negro que fueron traídos de África en los tiempos de la esclavitud y millones de extranjeros, portugueses, italianos, alemanes y hasta japoneses.

Según el modo de pensar europeo sería de esperar que cada uno de esos grupos asumiera una actitud hostil contra los otros, los que habían llegado primero, contra los que llegaron mas tarde, los blancos contra los negros, los brasileños contra los europeos, los de color blanca, parda o roja, contra los de raza amarilla, y que las mayorías y las minorías en luchas constantes por sus derechos y prerrogativas se hostilizasen.

Con la mayor admiración se verifica que todas esas razas, que ya por su color evidentemente se distinguen unas de otras, viven en perfecto acuerdo entre sí y a pesar de su origen diferente, solo discuten por su empeño de anular las diversidades de otrora.

Mientras Zweig escribía estas líneas estaban muy activos los campos europeos de exterminio, basados en odios raciales y religiosos la segregación racial en USA y en Sud África, y miles de conflictos en el resto del mundo basados en miserables diferencias étnicas y religiosas.

Zweig critica la tablas económicas de la contabilidad nacional, que establecen que los pueblos más civilizados son los que tienen la mayor producción, el mayor consumo y el mayor número de fortunas individuales. Falta en esas tablas un elemento valioso, dice, que es el cómputo del espíritu de humanidad, que en nuestra opinión representa el mas importante índice de cultura y de civilización.

No está dispuesto, dice, a clasificar el valor de un pueblo por su valor industrial, financiero y militar, sino que en primer lugar evaluar el grado de superioridad de una nación por su espíritu pacífico e humanitario.

En este sentido, lo mas importante según la opinión de Zweig el Brasil parece uno de los países mas modelares y, por eso uno de los mas dignos de estima. Es un país que odia la guerra, y todavía más, que casi no la conoce. Hace mas de un siglo, con excepción de la guerra del Paraguay, que fue insensatamente provocada por un dictador que perdió la razón, el Brasil resolvió todas las cuestiones de límites con sus vecinos por medio de acuerdos y arbitrajes internacionales. Su orgullo y sus héroes no son apenas guerreros, mas estadistas, como Río Branco e Caxias, que con prudencia y firmeza supieron evitar y acabar guerras.

El Brasil, cuyo idioma principal se limita a su territorio no tiene tendencias imperialistas. Ningún vecino puede exigir de él cosa alguna y él nada exige de sus vecinos. Nunca la paz del mundo fue amenazada por su política, y mismo en una época de incertezas como la actual, no es posible imaginar que el principio básico de su idea nacional, ese deseo de entendimiento y acuerdo, se pueda alterar jamás.

Ese deseo de conciliación, esa actitud humanitaria, no fue el sentimiento casual de los diferentes jefes y dirigentes del país; es el producto natural de un predicado del pueblo, de la tolerancia natural del brasileño, la cual en el curso de su historia siempre se confirmó.

Brasil es una nación en que no existieron persecuciones religiosas sangrientas, ni hogueras de inquisición. En ningún otro país los esclavos fueron tratados relativamente con mas humanidad. Sus revoluciones interiores y mudanzas de regímenes se efectuaron casi sin derramamiento de sangre.

Quien gobierne al pueblo brasileño, inconscientemente es forzado a adaptarse a su espíritu de conciliación; no constituye una casualidad el hecho de que Brasil entre todos los países de América durante decenios fue la única monarquía en tener como emperador el mas demócrata, el mas liberal de todos los soberanos. Por eso en la existencia de Brasil, cuya voluntad está dirigida únicamente para un desarrollo pacífico, reposa una de nuestras mejores esperanzas de una futura civilización y pacificación de nuestro mundo devastado por el odio y por la locura.

Allí donde se encuentran en acción fuerzas morales, es nuestro deber fortalecer esa voluntad. Donde en nuestra época de perturbación todavía vemos esperanza de un futuro nuevo en nuevas zonas, es nuestro deber indicar ese país y esas posibilidades.

Cuando la comunidad es víctima del abuso de poder civil o militar, o al desgobierno de la delincuencia común o política, la idea misma de patria se amortece, y los hombres, ya no la ven más que como un resplandor débil y dudoso; no la simbolizan ya ni en la tierra, que ha llegado a ser a sus ojos una tierra inanimada; ni en las costumbres de sus abuelos, ni en las leyes, que no hacen; ni en el legislador, que temen y desprecian. No la ven, pues, en ninguna parte, ni con sus propios rasgos ni con otros, y se retiran en un egoísmo estrecho y oscuro. Esos hombres quedan sin el patriotismo instintivo de la monarquía, y sin el patriotismo reflexivo de la República; pero se detienen entre ambos, en medio de la confusión y la miseria. T Tocqueville. El Espíritu Público in La Democracia en América. 1830

Sin embargo si es muy claro que la influencia de los jesuitas fue mayor en Brasil que en cualquier lugar de América y posiblemente del mundo.

El líder en Brasil de los jesuitas fue el padre Manuel de Nóbrega (1517 - 1570) que se interesó en toda la costa Brasileña y en el interior, mas allá de la Sierra del Mar.

Junto al padre José de Anchieta lograron la pacificación de los Tamoios, y con eso el retiro de los franceses de Río de Janeiro. Fundaron la misión de Piratininga, a partir de la cual se construyó la actual ciudad de São Paulo.

Nóbrega se refería a Brasil y dijo sin rodeos: "Esta tierra (Brasil) es nuestra empresa."

La religión católica se mezcló con las religiones nativas y africanas, lo que dio una mística muy particular al pueblo brasileño que ha quedado reflejado en instituciones como el carnaval, el fútbol y la música.

La descripción que en su mayor parte transcribimos de la obra de Brasil, País del Futuro, no coincide exactamente con la realidad que los Brasileños ofrecen al mundo en el año 2014.

La contabilidad nacional marca números muy alentadores, pero los síntomas de convivencia son inferiores.

Ary Barroso, representa a la patria brasileña como una mujer que disfruta el Carnaval con un vestido alquilado (Aquarela do Brasil), y puede ser que en Brasil del siglo XXI, esta imagen no sea representativa de muchas cosas y sí una cantidad de individuos inferiores, corriendo atrás del dinero ilegítimo de la corrupción en cifras que difícilmente quepan en una imaginación normal.

El ciudadano de nuestros días, puede no encontrar imágenes donde ver la idea patria. Una educación de baja calidad y acartonada puede no ayudar, y la misma justicia, que es el otro pilar del edificio nacional, tiene mucho para mejorar.

Llama la atención que la obra que citamos de Zweig no es conocida ni reconocida, inclusive en segmentos importantes de la educación superior.

En cuanto al mundial es una oportunidad excelente de confrontar Brasil al mundo.

Y no ha existido mejor época para esta confrontación: crece la violencia en medio oriente. América Latina, (Brasil incluído) es un ejemplo de violencia insensata. Los llamados a la Justicia para juzgar sobre los derechos humanos, muchas veces son un pretexto para revanchismo, y para estimular el odio de nacionalidades o razas o religiones, un camino de difícil vuelta atrás.

Si todo saliera bien, si Brasil consiguiera triunfar en la lucha contra la delincuencia y la corrupción y recuperar la confianza de su gente, y evitar los llamados siempre vigentes sobre odios raciales, seguirá siendo la tierra del fútbol y del carnaval, y, quizás habrá poco que agregar al comentario de Américo Vespucio cuando conoció la costa Brasileña: "Si en algún lugar de la tierra existe el paraíso terrenal, no puede estar lejos de aquí".

Carlos Aparicio