El Campo y la Ciudad

(agosto 2008)


Los argentinos acaban de rechazar una forma particularmente onerosa de tributación sobre los productos agrarios de exportación conocida como las retenciones o detracciones. La pugna entre los sectores dejó traslucir la división entre campo y ciudad, una vieja oposición de intereses que destruyó en el pasado a la ciudad antigua, y en el siglo diecinueve llevó a América Latina al borde de la ruina y a la decadencia.

A fines del siglo XIX, había acuerdo en los sectores intelectuales de América del Sur, que la pampa húmeda argentina, podría alimentar a todo el mundo, y en ese momento se hizo un lugar común en llamarla el granero del mundo.

La pampa húmeda solo representa un 20% del territorio argentino, que tiene muchos mas recursos alimentarios potenciales de inmenso valor, con su clima templado frío, particularmente adecuado para la producción de alimentos.
A fines del siglo XX, los argentinos no solo habían fracasado en el proyecto de alimentar al mundo, sino que además estaban asaltando supermercados para comer.

Es evidente que algo anda mal en ese inmenso y rico país, que hace que la riqueza produce pobreza, y subdesarrollo.

Una de las cosas que andan muy mal es la relación entre la ciudad y la campaña.

La Argentina tiene una de las constituciones políticas mejores en el mundo. Establece amplios derechos humanos, y organiza a la nación en un sistema federal ejemplar.

Además, han mantenido a su constitución original de 1853, en sus principios básicos casi sin modificaciones.

Sin embargo, los argentinos han devenido maestros en el arte de violar la constitución y de torcer sus interpretaciones.

La Federación Argentina, debería garantizar un estado equilibrado entre las provincias y el estado central, y una posición moderada para el Estado y su burocracia que normalmente pesa en la capital nacional.
Nada de esto sucede en la realidad.

Pequeños detalles de la educación de un niño en Salta o Jujuy, son decididos en la capital Buenos Aires. Hasta detalles relativos al abastecimiento de agua y alimentos se deciden en la Capital. Buenos Aires, hace mucho tiempo que es un ejemplo de centralismo macrocefálico a nivel mundial, con un tercio de la población nacional residiendo en su capital nacional.

En efecto la población de Argentina es de 37 millones de habitantes; de esos viven en el Gran Buenos Aires (Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Conurbano Bonaerense) unas 12 millones, que equivalen al 33% de la población total. Esto convierte a Buenos Aires en la cuarta megalópolis de las 23 existentes y el tercer aglomerado urbano de América Latina, detrás de la ciudad de México y Sao Paulo.

Según Lewis Mumford en “La Cultura de las Ciudades”, toda ciudad de mas de un millón de habitantes tiene una población que difícilmente se reproduce, de donde la ciudad para expandirse requiere de ejercer el poder en una zona de influencia que aporta gente que emigra de las zonas rurales y en base a quienes en definitiva se desarrolla y crece.

Todo el mundo está de acuerdo en la baja de calidad de vida que significa la vida en las grandes megalópolis, en las dificultades que ofrece la concentración vertical (rascacielos), y el exceso de centralización y jerarquía en las áreas laborales.

A pesar que un porcentaje muy importante, viene del campo, la gente se ha olvidado de sus tradiciones campesinas, y muchos han sufrido de tal forma que han jurado no volver allí.

El enfrentamiento entre la ciudad y el campo en estos últimos días, no extrañó a nadie que conozca lo que está pasando en la Argentina, sin embargo lo que extrañó fue su desenlace.

Cuando una gran capital se enfrenta con su zona de influencia, siempre gana, por su cultura, pero sobre todo por su unidad. Una ciudad es como una gran asamblea, donde las ideas y las opiniones se comparten y se organizan, en cambio en el campo las cosas son diferentes ya que no se puede organizar una opinión pública campesinas por razones obvias de distanciamiento geográfico.

Las cosas están cambiando últimamente, mas que nada por los progresos en la tecnología de las comunicaciones que han hecho posible un nivel de comunicación similar entre el campo y la ciudad.

Todo esto es solo un capítulo de un gran problema que se avecina, y es en que medida el campo está capacitado para un protagonismo ante los inminentes cambios en la economía.

El tan mentado deterioro de los términos del intercambio se ha detenido, y aún se ha revertido. Esto significa que la progresiva onerosidad de los productos industriales de alta tecnología (tractores, maquinarias, automóviles) comparado con el de las materias primas y alimentos, no solo ha desaparecido sino que hoy los que aumentan de precio en forma relativa son los alimentos y materias primas.

Esto es resultado de tendencias de las economías emergentes de China e India, que han pesado fuertemente en favor de la industria de alta tecnología y están inundando al mercado mundial con bienes que antes eran escasos, abarantando sustancialmente esos productos.

Las naciones de América Latina, ven esto con preocupación porque es inminente una suba en el precio de los alimentos en todo el mundo que también deberá pagar su población. En realidad deberían estar muy contentos, porque la solución obvia a este problema es producir alimentos, y para ello debe estimularse la radicación de la población latinoamericana en el campo, en forma totalmente opuesta a lo que se hace y se viene haciendo hace tiempo.

Hay amplia experiencia en el mundo desde hace mucho tiempo. Desde los kibutz en Israel, hasta el mayor respeto que tienen al campesino en Nueva Zelandia y Australia.

Incluso la Argentina, tuvo los últimos años un robusto crecimiento económico, que en gran parte depende de su producción agraria.

Al haberse frenado el proyecto que transfiere recursos del agro a la burocracia urbana, este crecimiento podrá sostenerse, e indirectamente se beneficiará el propio gobierno de un resultado económico mas sano.

Pero el crecimiento económico argentino, si bien esperanzador no es suficiente. Promediado con otras economías de América Latina, se encuentra detrás del promedio de las economías africanas, y América Latina en su conjunto, si bien crece a una tasa de 5% anual, es el último continente del mundo.

Se necesita un cambio que facilite la radicación de la gente en la campaña, para aprovechar estos vientos de prosperidad mundial, y ésto no es fácil.

Ni siquiera aparece en los programas del peronismo, aunque muchos aspectos de este programa son plenamente compatibles con un cambio económico y demográfico, como la instalación de jurados populares en la administración de justicia en todo el territorio nacional, un proyecto de la Constitución de 1853, que todavía está esperando una enérgica implementación.

El Gobierno de Cristina Kirschner, puede verse incluso favorecido en mas de un aspecto por el giro que han tomado los acontecimientos.

El primer beneficio, es la pérdida de ese halo de figura “ganadora” de la primera mandataria, el que a partir de cierto nivel es francamente perjudicial.

El segundo, es la seguridad de mantenimiento de crecimiento sostenible fundado en el agro, que se ha de mantener en un futuro inmediato.

El tercero, es la posibilidad de un cambio profundo en la cultura política y económica de la Argentina que favorezca la radicación de la población en el campo, facilitada por la masificación de las nuevas tecnologías de las comunicaciones.

No siempre las cosas son como parecen, y de acuerdo a como los actores tomen estos resultados pueden ser los próximos años políticos.

Nada de esto es exclusivo de Argentina.

Solo sucedió allí, pero se va a repetir en los distintos teatros políticos latinoamericanos.
Es un tema grave que puede llevar a desenlaces dramáticos como en el pasado, pero también, si se superan las divisiones en base al sentido común, puede ser que en conjunto se logre sacar a América Latina, del último puesto en el desarrollo económico mundial.

Carlos Aparicio