Bajo Tierra

(octubre 2010)



Atrapados durante mas de dos meses a 700 metros bajo tierra. Dados por muertos durante una parte de ese tiempo, el rescate de los 33 mineros, es el feliz final de una historia de encierro y muerte. Pero no es este el motivo que el tema se ha convertido en una bandera nacional chilena y mundial. El verdadero motivo, es la firme decisión del pueblo chileno, de salvar esas vidas a cualquier costo.

“Diríase que en las instituciones humanas existe, lo mismo que en el hombre individual, independientemente de los órganos que realizan las diversas funciones de la existencia, una fuerza central e invisible que constituye el principio mismo de la vida. Aunque aparentemente estos órganos sigan funcionando, todo languidece y muere cuando se extingue esa llama vivificante.” (Tocqueville. El antiguo régimen y la revolución).

Esa llama que a veces llamamos alma de un pueblo, aparece en contadas oportunidades, como un nacionalismo aparentemente fuera de lugar como en los campeonatos internacionales de fútbol, o ante grandes tragedias colectivas.

No está claro el mecanismo por el cual un suceso es adoptado en forma incondicional por el alma de un pueblo, pero cuando esto sucede, tiene una fuerza que está muy por encima del poder de los partidos, el estado y las religiones.

Los sucesos de Copiapó, demostraron además virilidad, fuerza y fe, tanto en los trabajadores como en los ingenieros y rescatistas.

Hay ciertos trabajos que tienen algo de heroico, por la forma en que se juega la vida a cada instante, y tanto mineros como pescadores y otras profesiones peligrosas. Desde luego que es deseable reducir el peligro de esos trabajos cuanto sea posible, sin embargo eso no es algo sencillo, desde que el mercado manda, y si el mineral que se saca de África por ejemplo pasa a estar solo un poco mas barato, definitivamente no hay riesgo laboral alguno, porque tampoco hay trabajo.

Estos trabajos riesgosos continuarán existiendo, y convocando a los espíritus fuertes, quienes aceptan riesgos que no por eso, hacen que la comunidad entera venga en su ayuda.

No es la muerte que se teme, una socia inseparable de este tipo de trabajos, sino al encierro y al egoísmo humano que deja al hombre solo cuando más se necesita el apoyo comunitario.

Los chilenos respondieron como un solo hombre, y posiblemente el mundo se hubiera alineado detrás de ellos si hubiera sido necesario.

Claro, que para quien anda por los socavones de la vida, ve con claridad, que los mineros somos todos, o lo hemos sido transitoriamente alguna vez.

¿Quién no se ha sentido alguna vez enterrado a 700 metros, sin posibilidades de ver la luz del sol posiblemente para siempre?

¿Cuántas personas están en una situación similar, por marginación, por excesiva pobreza, o excesiva ignorancia, y no pueden ver esa pequeña luz que indica que está llegando una ayuda necesaria y salvadora?

Claro que el lector piensa seguramente. Si estas personas existen, pero no podemos hacer por ellas lo que debiéramos, porque los mineros eran 33, y estos son millones.

Esto no es tan así.

Fijense en los chinos, que de un pueblo pobrísimo y subdesarrollado hace 30 años, logró difundir una mística y una ética del desarrollo. ¿Piensa alguien que eso se pudo lograr con grandes masas de marginados y en definitiva enterrados, trabajadores o empresarios?

Los hindúes están siguiendo un camino similar, y son muchos millones que están emergiendo de los socavones de la pobreza.

Para llegar allí, es necesario movilizar a esa alma del pueblo, que a veces casi que puede tocarse, pero que solo se manifiesta de maneras caprichosas.

En el Uruguay, un campeonato mundial de fútbol, particularmente bien jugado y posicionado, ha logrado movilizar esas inmensas fuerzas, mucho mas que los mejores discursos, al menos dentro de la retórica disponible hoy.

Lo que pasa es que junto al mundial de fútbol, de cual tenemos colectivamente el mas claro derecho a enorgullecernos, se encuentran los mundiales de la educación (donde somos últimos) y del derecho (donde también somos últimos).

En ese entorno, es muy posible que el alma colectiva sencillamente, se oculte.

Como dice Tocqueville, hay que tener mucho cuidado, porque cuando esa llama invisible languidece, todo languidece, y si muere todo muere aunque la actividad rebose en todo lo demás.

Carlos Aparicio